PUNTA ARENAS - 2011

PUNTA ARENAS - 2011

viernes, 1 de marzo de 2013

OBRAN EN MI PODER:

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Dos documentos: uno corresponde a una columna que escribía en La Prensa Austral de Punta Arenas, de hace unos tres años.
El otro, una misiva que me enviara hace poco, mediante un amigo común, Gloria Cruz.
Los quiero mostrar a mis lectores y amigos bloggeros. Tal vez no debiera, porque no sé si todos compartirán la emoción. Pero en fin, cada cual tiene sus vivencias para sus emociones, y sabe dónde le ha apretado el zapato en su vida. O el bototo, en este caso, como verán a continuación.
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Escribí yo:
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El diputado
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          Ésto ocurrió a mediados de los años setenta, cuando la dicta era muy, muy dura. Venía recién llegando yo, lleno de incertidumbres, a comenzar mis primeros años como médico en Máfil. Como mis enseres domésticos aun no llegaban, se me concedió hospedaje en el Sanatorio Santa Elisa, en el vecino pueblo de San José de la Mariquina. Administrado por las monjas de la Congregación de la Santa Cruz, el sanatorio bien podía servir de casa de reposo, hotel o centro de curaciones naturistas y milagrosas, gracias a los baños de hierbas y de barro regionales, así como de ingestión de pócimas, entre las que no podía faltar la sopa de col. Más curaba, pienso yo, la calidez de sores Amadea, Agustina y Verónica, alemanas las dos primeras, suiza la última. También el calorcito y el olor a leña de sus pasillos, de cuyas ventanas se veía desparramar sobre el pasto verde, intensamente verde, la lluvia torrencial seguida de los más maravillosos arcoiris.
          No éramos especialmente amigos con Carlos. Sí buenos compañeros de colegio, de un curso que egresó de cuarto de humanidades, marcado por la camaradería y el buen compañerismo. Por eso me alegré de verle a la segunda tarde de mi llegada, sentado en una silla de mimbre con otros hospedados del sanatorio. No sé si me sorprendí en ese momento, de ver entre tanto enfermo real o imaginario a un hombre joven y saludable, atleta destacado por lo demás. Pero me alegré. De bueno para los combos en preparatorias, en que había incluso repetido un curso, había llegado al último año del colegio convertido en un hombre reposado, afable y muy estudioso.
          "¡Carlitos!" exclamé, y me acerqué para abrazarlo. Su repentina palidez me hizo pensar que sí estaba enfermo. No fue muy efusivo, se puso de pie y me sacó de entre los demás contertulios de la galería, invitándome a caminar por el jardín. De hacer frío en mayo, lo hacía, y la humedad se colaba por entre los puntos de mi chomba. Le alabé sus bototos, gruesos y de estilo militar, en contraposición a mis zapatos de calle santiaguinos, que no podían evitar que se mojaran los calcetines. No habló mucho, esa primera tarde. Se limitó a escucharme con atención, y parecía escudriñar mis pensamientos más profundos. Quedamos en encontrarnos en la tarde del día siguiente, insistiéndo él en pasarme a buscar a la hora en que yo llegara de mi recién iniciado trabajo.
          A la tercera tarde me la largó: "Matías, voy a confiar en ti. No sé qué pito tocas en lo que está pasando en el país, hacía tantos años que no sabía nada de ti. Pero aquí no me llamo Carlos, estoy con el nombre de Jorge Morales. Me busca la DINA, y aquí me tienen escondido los curas". Se me pasó el frío de un sopetón. No me di cuenta de la lluvia que comenzaba a caer. "No quiero saber nada más", le respondí. "Así no tendré nada que contar, si alguien me pregunta". Fue como un pacto. Esa tarde conversamos hasta la noche, ya no a la intemperie, sino compartiendo un tecito con don Jorge.
          Cuando volví a pregutar por él, se había ido. "Don Jorge se fue a nuestro sanatorio de Panguipulli", me dijo la monja, "pero le dejó una bolsa". Ahí estaban sus bototos, los que tanto envidiaba y que usé por mucho tiempo. No volí a verlo, salvo en las noticias. En esa época, según me enteré después, era dirigente clandestino del MAPU. Fue detenido y torturado en 1980.
          Carlos Montes ha sido elegido parlamentario por un sexto período consecutivo, en uno de los cuales llegó a ser Presidente de la Cámara de Diputados.
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La misiva de Gloria:
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Matías:
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Hace ya casi tres años nos llegó un sobre de parte de un amigo que se fue a vivir a tus tierras y dentro venía un artículo escrito por ti: el diputado. Tan simple, tan sencillo y tan bello, por lo menos para mí que había escuchado esa historia, la que Carlos me había contado con la misma exactitud, en los tiempos reales 33 años antes. Años en que sólo recuerdo que sentía frío en vez de miedo, pero era miedo y lo supe después. Me impresionó tu sensibilidad y finura para contar lo que parecía un cuento. Sabía que alguna vez tendría la posibildad de decirte lo que me había gustado y hoy cuando menos lo esperaba nuestro histórico y querido amigo "el Pato" tiene posibilidades de verte.
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Un abrazo
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Gloria Cruz.
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          No sé si alguna vez conoceré a Gloria en persona. Pero ella entenderá por qué no le contesté. En el momento de las emociones, huelgan las palabras.
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