PUNTA ARENAS - 2011

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lunes, 4 de diciembre de 2006

EL NEGRO.

El año en que aparezco en esa foto (14 ó 15 años de edad), el profe de castellano nos dio la tarea de escribir sobre "mi personaje inolvidable". Transcribo lo que tenía en el cuaderno, al pie de la letra, con faltas de ortografía y todo.



EL NEGRO.

1961
(Clase de Castellano, profesor Julio Durán Cerda)

Contaba yo con cuatro años de edad cuando mi padre decidió arrendar una parcelita en el camino Santa Rosa a Puente Alto. Todavía creo ver la puerta de la casa (quizá sea éste mi más remoto recuerdo) al llegar en el “jeep” 46 de mi tío.
La “Santa Laura”: hermosa parcela. Al costado de un solitario camino perpendicular al Santa Rosa, se abría un portón y tras él una entrada de autos. Au costado, el derecho, una hilera de grandes álamos. Más allá de los álamos, un canal tras el cual se veía una viña.
A la izquierda, tras una pequeña acequia, la casa. Una casa blanca y fría, donde había de pasar dos años más de mi vida. Tras la casa se veía una gran bodega, y después, viñas, árboles frutales, grandes sauces, cerdos, caballos, casas de inquilinos, inquilinos, gallinas, todo esto esparcido ordenadamente, contribuyendo a formar la pintoresca belleza del paisaje.
Poco a poco me fui acostumbrando a la vida del campo. Fui conociendo gente, animales, plantas y materias no vivas. Entre las primeras habían (sic) algunas a quienes guardo un lugar especial en mi memoria.
Entre éstos estaba el “Negro”. Era éste un muchacho de unos doce años de edad, negro como su apodo, vivo y simpático.
Todavía recuerdo cuando yo a aparecía en la puerta de la cocina donde trabajaba mi madre y le decía:
- ¡Mamá, voy con el negro a la trilla!
Antes de que ella pusiera objeciones, yo desaparecía y corría donde estaba el “Negro” esperándome. En el camino me contaba películas del “jovencito”, vistas por él en el teatro de Puente Alto. Gracias a él aprendí muchas cosas del campo, pero otras veces me contaba mentiras que no me dejaban dormir. Por ejemplo, cuando quería deshacerse de mí me decía:
- ¿Viste ese sapo? Ése, ya se escondió. Te tiró veneno, anda, corre a tu casa. Te vas a morir en cualquier momento. Antes de mañana, o al tiro.
Yo inocentemente le creía y echaba a correr hacia la casa, desesperado.
Otras veces me traía unos volantines grandes, hechos por él. Claro está que mi padre se los tenía que pagar.
Nunca olvidaré aquel día en que estaba el “Negro” descascarando almendras al lado de la bodega, con otros peones. Mi padre les pagaba veinte pesos por cajón.
Aprovechando que nadie lo veía, dejó el trabajo a un lado. Mi hermano menor, al ver esto, corrió donde mi madre y le dijo:
- ¡Mamá, el “Negro” está con la oreja parada!
No acababa de decir esto, cuando al otro lado de la casa se oyó la voz del negro que decía:
- ¡Qué iba a estar con la oreja pará yo!
A muchos otros conocí, pero este es uno de los cuales quisiera mantener siempre en la memoria.

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