PUNTA ARENAS - 2011

PUNTA ARENAS - 2011

jueves, 20 de julio de 2006


UNOS CUADERNOS VIEJOS.

Tengo en un cajón de mi escritorio tres cuadernos viejos, en los cuales copiaba con cuidado y buena letra los borradores finales de mis obras literarias de mi adolescencia y juventud temprana. Pocas personas los han conocido, ni creo que mucho interés tengan estos pecados de juventud, pero me voy a dar el gusto de transcribirlos de a poco en este blog. Nadie se sienta obligado a leer.
El primer cuaderno está envuelto con un forro de papel de envolver comprado en Supermarket ALMAC, y escrito con la letra caligráfica de mi madre: "Redaccíón. Matías Vieira G." Contiene fundamentalmente cuentos. El primero de ellos es el siguiente, y está basado en una historia que contaba mi abuelo Eduardo Guevara. La foto corresponde a la época en que lo escribí, a la edad de 13 años.

EL BRUJO DE LAS MAJADILLAS

1960
Academia Literaria Primer Ciclo

Corría el año 1860. Mes de febrero.
Una caravana de carretas se acercaba. Cinco carretas tiradas por cuatro hermosos bueyes cada una, todas pertenecientes a la familia de Ramiro Domínguez, nuevo propietario del fundo Los Laureles.
Aquel día los Domínguez se acercaban a su nuevo fundo con todos sus bienes en las cinco carretas.
En la primera carreta iba la familia: Doña Pamela Barros de Domínguez, una hija de cuatro años y una guagua.
El jefe de la familia y su primogénito, Ramón, un mozo de veintidós años, alto, huesudo y de cara más bien fea iban a caballo. Ramón había vuelto a Licantén después de un año en la universidad en Santiago.
En la segunda carreta iban cinco sirvientas. En la tercera iban los futuros inquilinos y un huaso baqueano a quien habían contratado para protegerlos. Era un huaso alto y fornido e iba montado en un hermoso potro negro azabache. Tenía grandes espuelas en las botas y un ancho sombrero en la cabeza.
Al acercarse al lugar, las alegres charlas comenzaron a languidecer y las caras se pusieron pálidas. Algunas sirvientas sacaban rosarios y se ponían a rezar.
A veinte metros del lugar el baqueano ordenó:
- ¡Apearse los piones!
Obedeciendo la orden, los futuros inquilinos se bajaron de la carreta.
- ¡Pa’l lao el camino y listas las picanas!
Los hombres se pusieron para el lado del cerro y comenzaron a caminar con paso trémulo. Algunos sacaban escapularios de entre sus ropas y se los ponían por encima.
La caravana avanzaba lentamente, cosa que aumentaba la nerviosidad y la expectación.
Dentro de la carreta las sirvientas rezaban en voz alta. Una sacó un crucifijo por entre las lonas.
Al ir pasando por el lugar, en la carreta de las sirvientas se oían gritos tales como:
- ¡Señor, ayúdanos!
- ¡Jesús, espanta a Satanás!
- ¡Santa Yemita, ruega por nosotros!
En la carreta de la familia, doña Pamela oraba silenciosamente mientras trataba de tranquilizar a los niños, que lloraban a mares.
Cuando ya habían pasado, un suspiro de alivio brotó de las bocas de los viajantes.
Ramón, que había estado mucho tiempo fuera de Licantén, no acertaba a explicarse tanta conmoción. Por eso, cuando estuvieron en su nueva casa, a la hora de comida, interrogó a su padre al respecto.
- Verdá que no sabíai – le contestó don Ramiro, - el brujo, hijo, el brujo.. Hace poco empezó a aparecer cuando pasan los viajantes. Salta al anca del caballo y le saca la plata.
“Y ya ha matao a varios. La otra noche cuando venía a impeucionar el jundo nuevo, me le apareció y me sacó un relojito de oro que me había comprado hacía poco.
Ramón sonreía divertido por la ignorancia de sus parientes. Es verdad que él también era así de supersticioso antes, pero con un año en Santiago había aprendido un poco.
- Pero papá, - le dijo a su padre, - cómo pueden creer en esas cosas, si no puede ser verdad. Debe ser un campesino de por aquí que se debe estar haciendo rico con esto.
- ¡Hijo! – dijo su padre, levantando la voz y abriendo desmesuradamente los ojos, - cómo podís hablar así, si es obra de Satanás, y esa es la pura verdá. Aunque… el vecino el lao, don Javier, anda tan re ricazo y el jundo del está igual no más. Pero no puede ser…”
Luego cambió la conversación y empezaron a hablar del fundo, el ganado que pensaban comprar, y otras cosas por el estilo.
A eso de las once de la noche llegó Tomás, uno de los peones. Venía galopando a más no poder, y tenía la cara pálida, y un sudor frío le corría por la frente.
- Pa…tron…ci…to…, - dijo, - me… le salió… el brujo… y mató… a Juan.
- ¿Cómo fue eso, hombre? – preguntó don Ramiro.
Tomás tomó aliento y dijo:
- Cuando el brujo le saltó al anca, patrón, Juan no quiso parar o se le desbocó el pingo o quinzás qué le pasaría, pus patrón, la custión es qu’el brujo le enterró un corvo de este güelo por las costillas.
Ramón, que no había dicho nada hasta ese momento, dijo:
- Esto es el colmo. Ese ladrón les está matando a los hombres y no se les ocurre hacer nada. Mañana mismo voy a hablar con ese brujito,- y diciendo esto entró en su cuarto, dejando a los dos hombres boquiabiertos.
- Estará bromeando el patroncito – dijo Tomás.
- Más me parece que ha tomado mucho del tinto, - contestó el otro -. Que duerma bien, y mañana va a ver si todavía tiene ganas de ir. Sírvase una copita, Tomás, pa pasar el susto…
Pero no fue como ellos pensaban. Al otro día, Ramón todavía andaba con la idea de ir.
A eso de las siete de la tarde, cuando la hora del crepúsculo, don Ramiro fue a dar una vueltecita a caballo.
Ramón, aprovechando esto, porque estaba seguro de que su padre no lo dejaría hacerlo, llamó a todos los peones y les dijo:
- ¿Quién va a ir conmigo a ver al brujito?
Nadie contestó.
- Así que nadie quiere ir, ¿ah? Bueno, entonces voy a decirles que los que yo llame van a ir no más. A ver, José, Gumercindo, Pedro, y Lucho. Partamos.
Los cuatro hombres se quedaron quietos.
Ramón los vio que no se movían.
- ¡Ya pues, arriba!
Subieron silenciosos a sus caballos y lo siguieron de mala gana.
Cuando estuvieron a veinte metros del lugar, ya había obscurecido. Se detuvieron y Ramón ordenó:
- Ustedes se van a quedar aquí. Yo me voy a acercar y cuando me salga el brujo, ustedes se van a tirar al galope y me van a ayudar a pillarlo.
Los hombres no contestaron.
Ramón se acercó al trote.
De pronto, de atrás de una roca salió una figura encapuchada, con una túnica roja, que saltó a anca del caballo de Ramón.
- Pasando la plata, - le dijo – o si no, mueres.
Ramón esperaba oir el galope de los caballos, pero los pobres huasos estaban como petrificados en su escondite.
Ramón comprendió que no iba a ser posible lograr que lo ayudaran, y decidió actuar por su cuenta. Descargó su codo con fuerza en estómago del brujo, lo que lo hizo caer de espaldas al suelo. El brujo sacó un corvo grande de entre sus túnicas y Ramón, a su vez, sacó el suyo y desmontó.
Los huasos, en su escondite, se miraron unos a otros, sorprendidos.
- Caramba – dijo José – on Ramón echó abajo al brujo.
- Más me parece que tenía razón el patroncito, - dijo Gumercindo, que era el menos supersticioso.
Ramón recibió una cuchillada en el brazo que le hizo derramar abundante sangre. Ramón con el dolor soltó el corvo. El brujo avanzó hacia Ramón con el corvo al aire.
De pronto a espaldas del encapuchado se oyó el galope de cuatro caballos que se acercaban. El brujo se volvió, y eso bastó para que Ramón tomara su corvo y se lo clavara en el estómago. Dio un grito salvaje, elevó sus brazos al cielo y cayó de bruces al suelo. Todavía agonizaba cuando Ramón, con su brazo manchado en sangre, le sacó la capucha.
- ¿Quién es éste? – preguntó a los inquilinos.
- ¡Por la flauta, si es don Javier! – contestó José.
- ¿Qué hacimos con él, patrón? – preguntó Lucho.
- Déjenlo ahí, servirá para los perros.
Los cinco hombres subieron a sus caballos y se alejaron hacia el fundo, dejando al supuesto brujo con la mirada fija en luna, como si su falsa magia fuera a socorrerlo.


Este cuento lo transcribí al pie de la letra, no le agregué ni quité nada. Viene con todas sus carencias de algunos acentos, desconocimiento de la existencia de los puntos seguidos, y otras fallas. Con todo, la ortografía es sorprendentemente buena, sin ninguna posibilidad de comparación con los salvajismos que se leen hoy en día en la red, en que los jóvenes asesinan a nuestro bello idioma. En cuanto a la historia contada, es evidente la influencia del criollismo de Mariano Latorre, Eduardo Barrios y Víctor Domingo Silva. La violencia es propia de los Tigres de la Malasia.

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