PUNTA ARENAS - 2011

PUNTA ARENAS - 2011

domingo, 13 de agosto de 2006


PALACIO DE LA MONEDA.

En 1971, ésta era la puerta norte.

A continuación, y para seguir la secuencia que recomienda la tradición y la lógica, repito el borrador del segundo capítulo de mi novela.

II

Cuando el carabinero Norambuena, llegado hacía poco a Ladera Chica, se presentó ante el juez Valdivia, al mediodía del día siguiente, se encontraba verde como su uniforme. Con su talonario de citaciones, recitó el causal del parte, abundando en explicaciones.

- Estando el móvil en cuestión estacionado a menos de nueve metros de la línea de…

- Está bien, Norambuena, - interrumpió el juez, - me parece muy bien su celo funcionario, pero tenga en cuenta que, no habiendo mayor flujo vehicular en la intersección “en cuestión”, sería de buen criterio reservar su energía para infracciones más graves.

- El reglamento es muy claro, señor magistrado, en lo que se refiere a estacionamiento en…

- Norambuena , - susurró Valdivia, impaciente, - el “móvil” es mío.

- ¿Suyo?

- Mío.

Santiago Valdivia observó cómo la cara del carabinero Norambuena, marcada por las cicatrices del acné que sufriera en su no lejana pubertad (de hecho, aún parecía poco más que un niño), pasaba del verde pálido al rubicundo. En realidad le resultaba casi enternecedor ver a este jovencito, arropado en su uniforme de invierno, sudando al calor del mediodía, pestañeando y girando nerviosamente la gorra entre sus manos. Le recordó a su hijo Esteban, de aproximadamente la misma edad, unos veintidós años, becado en la Universidad de Frankfurt, y a quien no veía desde havía más de un año.

- Vaya tranquilo, Norambuena, - le dijo a su carabinero-hijo, guiñándole un ojo en gesto de complicidad - aquí no ha pasado nada. Le abrió la puerta del despacho, y mientras Norambuena se retiraba, tartamudeando disculpas por la torpeza cometida, vio a la mujer con el niño en la sala de espera.

En lugar de cerrar nuevamente la puerta, el juez Valdivia hizo, sin saberlo, sin siquiera sospecharlo, algo que torcería para siempre el anodino curso de su vida. En lugar de cerrar la puerta, echando como siempre una mirada indiferente a las personas que allí esperaban, cada una con sus mundos de miserias, disputas y conflictos, se quedó mirando como por primera vez, a la mujer con el niño. Desde el otro extremo de la sala, Chicuy, pasando de una oficina a otra con un legajo de papeles y su interminable Viceroy colgando de su boca, lo miró con el rabillo de sus ojos indígenas, sin entender qué hacía el juez, parado en la puerta, mirando fijamente a la mujer. Ocho o nueve personas que se encontraban en la sala esperando la atención del Juzgado de Menores, algunas hojeando un diario, otras conversando entre sí, fueron poco a poco acallando el rumor de sus voces y de sus movimientos, dirigiendo en forma alternada sus miradas del juez a la mujer objeto de su atención. Cuando ésta, que se encontraba ocupada amamantando al niño, tomó conciencia del silencio y levantó la cabeza, todos en la sala la observaban fijamente, con las ansias propias de quienes saben que algo grande está por suceder. Turbada, los recorrió con sus ojos café oscuros, casi negros, y vio también en la puerta a ese hombre viejo y cano, de bigote espeso, que se rascaba la ceja izquierda sin dejar de mirarla.

- Pase, - musitó Santiago Valdivia, sin saber por qué, porque lo dominó una fuerza extraña, impulsándole irresistiblemente a actuar como lo hizo.

- ¿Yo?

- Sí.

- Estoy esperando a..

- Si sé, no importa.

Sorprendida, Juliana Córdova Lazcano tomó al niño, se levantó y entró en la oficina. El silencio de la sala de espera se mantuvo suspendido en el calor del mediodía, sólo interrumpido por el traquetear de la Underwood tras las puertas del Juzgado de Menores. Cuando el mayordomo abrió la puerta de la oficina donde había entrado, arrastrando nuevamente sus bototos por el empolvado parqué, recién se reanudaron las conversaciones, primero en sordina, luego aumentando poco a poco, sumándose las voces, creciendo en intensidad, como un remolino ascendente, invadiéndoles a todos menos a Chicuy, que no entendía nada, una euforia embriagadora, porque sabían que habían sido testigos del inicio de los acontecimientos más memorables que nunca pudiesen haber existido en la historia provinciana de Ladera Chica. Los gritos de la actuaria, en la puerta del Juzgado de Menores, exigiendo silencio, fueron incapaces de acallar la alegría, y la jueza decidió suspender las audiencias hasta el día siguiente.

Incómodo, sin saber por qué diablos había hecho lo que había hecho, de pie frente a la mujer con el niño en brazos, se sintió extremadamente ridículo. Ella le devolvió la mirada, como interrogándolo, en espera de la explicación que el juez no tenía. Los segundos, en tales circunstancias, se hacen eternos.

- Pensé que aquí estarías más cómoda para darle pecho al niño, - discurrió, por fin, tuteándola como corresponde a una persona mayor, y más encima investida de autoridad. No te preocupes, yo estaré ocupado con estos expedientes, y no voy a mirar. “Sí, eso tiene que ser”, pensó. “La verdad es que me dio lástima, verla sentada día tras día esperando su turno o lo que sea, y la verdad, toda la verdad y nada más que la verdad, es que me gustaría mirar, pero no lo voy a hacer”.

- Gracias, señor, - contestó ella, aún más sorprendida, - muy amable de su parte, pero ya terminé de amamantarlo.

El niño eructó sonoramente, refrendando a su madre.

- ¡Por Dios, bebé! ¡Qué modales! - Ella rió, mostrando su blanca dentadura, destacando en la piel morena y tersa de su cara. - Además, estoy esperando que me llamen.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Estimado amigo Matias :Hoy tuve oportunidad de leer tu novela y la verdad es que empece a leer por curiosear y luego, no pude dejarlo hasta su abrupto final;Me he entretenido y reido como pocas veces....Felicitaciones y terminalo pronto.(Por el bienestar del plueblo de Ladera Chica, podrias sugerirle al Alcalde, la compra por el Municipio, de una buena provision de Sildenafil,aunque al parecer el Sr.Juez aun no la necesita

Matvi. dijo...

Gracias, Lucho. La verdad es que el juez no lo necesita, porque pese a todo, es un tipo relajado. El que lo necesita es el alcalde, que está muy estresado. Te lo digo yo, que los conozco bien.

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