lunes, 31 de julio de 2006
viernes, 28 de julio de 2006
CEMENTERIO MUNICIPAL DE PUNTA ARENAS.
Muchos mitos se tejen sobre el Cementerio Municipal de Punta Arenas, conocido míticamente también como el más hermoso de Chile. Se dice que desde 1894 a la fecha, albergaría a un total de difuntos equivalente a la población actual de la ciudad.
Reina aquí, junto al mar que iguala al mármol
entre esta doble fila de obsequiosos cipreses
la paz, pero una paz que lucha por trizarse,
romper en mil pedazos los pergaminos fúnebres
para asomar la cara de una antigua soberbia.
ENRIQUE LIHN
Cementerio de Punta Arenas
miércoles, 26 de julio de 2006
DON FRANCISCO.
Lo conocimos en marzo de este año. Es puestero de la Estancia Armonía de Tierra del Fuego, de mi primo Eugenio. Sobre las fotos de las personas, lean las inquietantes disquisiciones de mi sobrino en su entrada del 22 de julio:
"Que sentira la gente cuando se dan cuenta que les has sacado una foto? notaran que me estoy apodernado de un instante de sus vidas y al hacerlo la estoy haciendo parte de mi propia vida?, notaran que con cada foto que tomo, con cada instante perpetuo en un cuadro me entrometo inmisericorde en sus espacios personales, los invado, los vulnero?
Que sentira cada persona a la que le sacas una foto cuando te ve enfocandola?, se daran cuenta en realidad que les estas sacndo una foto a ellos y no al resto del paisaje? se sentiran incomodos, sentiran la transferencia de historias... sentiran el paso de informacion?
Notaran el pedacito de alma con el que me quedo?, y con la que voy construyendo la mia?
se daran cuenta?
se daran cuenta de que ahi estoy obsevandolos? y fotografiandolos?
sentiran el influjo de la inmortalidad, notaran que a partir de ese instante dejan de ser efimeros? y que etrenamente van a estar ahi registrados, guardados, almacenados... en una coleccion de fotos?"
martes, 25 de julio de 2006
EL GATO DE ADEMUZ.
Ese septiembre negro de 2001, yo viajaba solo por Estonia, Portugal y España. En un auto arrendado me dirigía de Madrid a Valencia y, como iba solo y sin necesidad de llegar a acuerdos con ningún acompañante, me daba el lujo de entrar en cualquier ciudad o pueblo del camino, recorrerlo y fotografiarlo. Ademuz está en la ladera de un cerro, y es todo lo que uno se imagina de un pueblo español.
jueves, 20 de julio de 2006
UNOS CUADERNOS VIEJOS.
Tengo en un cajón de mi escritorio tres cuadernos viejos, en los cuales copiaba con cuidado y buena letra los borradores finales de mis obras literarias de mi adolescencia y juventud temprana. Pocas personas los han conocido, ni creo que mucho interés tengan estos pecados de juventud, pero me voy a dar el gusto de transcribirlos de a poco en este blog. Nadie se sienta obligado a leer.
El primer cuaderno está envuelto con un forro de papel de envolver comprado en Supermarket ALMAC, y escrito con la letra caligráfica de mi madre: "Redaccíón. Matías Vieira G." Contiene fundamentalmente cuentos. El primero de ellos es el siguiente, y está basado en una historia que contaba mi abuelo Eduardo Guevara. La foto corresponde a la época en que lo escribí, a la edad de 13 años.
EL BRUJO DE LAS MAJADILLAS
1960
Academia Literaria Primer Ciclo
Corría el año 1860. Mes de febrero.
Una caravana de carretas se acercaba. Cinco carretas tiradas por cuatro hermosos bueyes cada una, todas pertenecientes a la familia de Ramiro Domínguez, nuevo propietario del fundo Los Laureles.
Aquel día los Domínguez se acercaban a su nuevo fundo con todos sus bienes en las cinco carretas.
En la primera carreta iba la familia: Doña Pamela Barros de Domínguez, una hija de cuatro años y una guagua.
El jefe de la familia y su primogénito, Ramón, un mozo de veintidós años, alto, huesudo y de cara más bien fea iban a caballo. Ramón había vuelto a Licantén después de un año en la universidad en Santiago.
En la segunda carreta iban cinco sirvientas. En la tercera iban los futuros inquilinos y un huaso baqueano a quien habían contratado para protegerlos. Era un huaso alto y fornido e iba montado en un hermoso potro negro azabache. Tenía grandes espuelas en las botas y un ancho sombrero en la cabeza.
Al acercarse al lugar, las alegres charlas comenzaron a languidecer y las caras se pusieron pálidas. Algunas sirvientas sacaban rosarios y se ponían a rezar.
A veinte metros del lugar el baqueano ordenó:
- ¡Apearse los piones!
Obedeciendo la orden, los futuros inquilinos se bajaron de la carreta.
- ¡Pa’l lao el camino y listas las picanas!
Los hombres se pusieron para el lado del cerro y comenzaron a caminar con paso trémulo. Algunos sacaban escapularios de entre sus ropas y se los ponían por encima.
La caravana avanzaba lentamente, cosa que aumentaba la nerviosidad y la expectación.
Dentro de la carreta las sirvientas rezaban en voz alta. Una sacó un crucifijo por entre las lonas.
Al ir pasando por el lugar, en la carreta de las sirvientas se oían gritos tales como:
- ¡Señor, ayúdanos!
- ¡Jesús, espanta a Satanás!
- ¡Santa Yemita, ruega por nosotros!
En la carreta de la familia, doña Pamela oraba silenciosamente mientras trataba de tranquilizar a los niños, que lloraban a mares.
Cuando ya habían pasado, un suspiro de alivio brotó de las bocas de los viajantes.
Ramón, que había estado mucho tiempo fuera de Licantén, no acertaba a explicarse tanta conmoción. Por eso, cuando estuvieron en su nueva casa, a la hora de comida, interrogó a su padre al respecto.
- Verdá que no sabíai – le contestó don Ramiro, - el brujo, hijo, el brujo.. Hace poco empezó a aparecer cuando pasan los viajantes. Salta al anca del caballo y le saca la plata.
“Y ya ha matao a varios. La otra noche cuando venía a impeucionar el jundo nuevo, me le apareció y me sacó un relojito de oro que me había comprado hacía poco.
Ramón sonreía divertido por la ignorancia de sus parientes. Es verdad que él también era así de supersticioso antes, pero con un año en Santiago había aprendido un poco.
- Pero papá, - le dijo a su padre, - cómo pueden creer en esas cosas, si no puede ser verdad. Debe ser un campesino de por aquí que se debe estar haciendo rico con esto.
- ¡Hijo! – dijo su padre, levantando la voz y abriendo desmesuradamente los ojos, - cómo podís hablar así, si es obra de Satanás, y esa es la pura verdá. Aunque… el vecino el lao, don Javier, anda tan re ricazo y el jundo del está igual no más. Pero no puede ser…”
Luego cambió la conversación y empezaron a hablar del fundo, el ganado que pensaban comprar, y otras cosas por el estilo.
A eso de las once de la noche llegó Tomás, uno de los peones. Venía galopando a más no poder, y tenía la cara pálida, y un sudor frío le corría por la frente.
- Pa…tron…ci…to…, - dijo, - me… le salió… el brujo… y mató… a Juan.
- ¿Cómo fue eso, hombre? – preguntó don Ramiro.
Tomás tomó aliento y dijo:
- Cuando el brujo le saltó al anca, patrón, Juan no quiso parar o se le desbocó el pingo o quinzás qué le pasaría, pus patrón, la custión es qu’el brujo le enterró un corvo de este güelo por las costillas.
Ramón, que no había dicho nada hasta ese momento, dijo:
- Esto es el colmo. Ese ladrón les está matando a los hombres y no se les ocurre hacer nada. Mañana mismo voy a hablar con ese brujito,- y diciendo esto entró en su cuarto, dejando a los dos hombres boquiabiertos.
- Estará bromeando el patroncito – dijo Tomás.
- Más me parece que ha tomado mucho del tinto, - contestó el otro -. Que duerma bien, y mañana va a ver si todavía tiene ganas de ir. Sírvase una copita, Tomás, pa pasar el susto…
Pero no fue como ellos pensaban. Al otro día, Ramón todavía andaba con la idea de ir.
A eso de las siete de la tarde, cuando la hora del crepúsculo, don Ramiro fue a dar una vueltecita a caballo.
Ramón, aprovechando esto, porque estaba seguro de que su padre no lo dejaría hacerlo, llamó a todos los peones y les dijo:
- ¿Quién va a ir conmigo a ver al brujito?
Nadie contestó.
- Así que nadie quiere ir, ¿ah? Bueno, entonces voy a decirles que los que yo llame van a ir no más. A ver, José, Gumercindo, Pedro, y Lucho. Partamos.
Los cuatro hombres se quedaron quietos.
Ramón los vio que no se movían.
- ¡Ya pues, arriba!
Subieron silenciosos a sus caballos y lo siguieron de mala gana.
Cuando estuvieron a veinte metros del lugar, ya había obscurecido. Se detuvieron y Ramón ordenó:
- Ustedes se van a quedar aquí. Yo me voy a acercar y cuando me salga el brujo, ustedes se van a tirar al galope y me van a ayudar a pillarlo.
Los hombres no contestaron.
Ramón se acercó al trote.
De pronto, de atrás de una roca salió una figura encapuchada, con una túnica roja, que saltó a anca del caballo de Ramón.
- Pasando la plata, - le dijo – o si no, mueres.
Ramón esperaba oir el galope de los caballos, pero los pobres huasos estaban como petrificados en su escondite.
Ramón comprendió que no iba a ser posible lograr que lo ayudaran, y decidió actuar por su cuenta. Descargó su codo con fuerza en estómago del brujo, lo que lo hizo caer de espaldas al suelo. El brujo sacó un corvo grande de entre sus túnicas y Ramón, a su vez, sacó el suyo y desmontó.
Los huasos, en su escondite, se miraron unos a otros, sorprendidos.
- Caramba – dijo José – on Ramón echó abajo al brujo.
- Más me parece que tenía razón el patroncito, - dijo Gumercindo, que era el menos supersticioso.
Ramón recibió una cuchillada en el brazo que le hizo derramar abundante sangre. Ramón con el dolor soltó el corvo. El brujo avanzó hacia Ramón con el corvo al aire.
De pronto a espaldas del encapuchado se oyó el galope de cuatro caballos que se acercaban. El brujo se volvió, y eso bastó para que Ramón tomara su corvo y se lo clavara en el estómago. Dio un grito salvaje, elevó sus brazos al cielo y cayó de bruces al suelo. Todavía agonizaba cuando Ramón, con su brazo manchado en sangre, le sacó la capucha.
- ¿Quién es éste? – preguntó a los inquilinos.
- ¡Por la flauta, si es don Javier! – contestó José.
- ¿Qué hacimos con él, patrón? – preguntó Lucho.
- Déjenlo ahí, servirá para los perros.
Los cinco hombres subieron a sus caballos y se alejaron hacia el fundo, dejando al supuesto brujo con la mirada fija en luna, como si su falsa magia fuera a socorrerlo.
Este cuento lo transcribí al pie de la letra, no le agregué ni quité nada. Viene con todas sus carencias de algunos acentos, desconocimiento de la existencia de los puntos seguidos, y otras fallas. Con todo, la ortografía es sorprendentemente buena, sin ninguna posibilidad de comparación con los salvajismos que se leen hoy en día en la red, en que los jóvenes asesinan a nuestro bello idioma. En cuanto a la historia contada, es evidente la influencia del criollismo de Mariano Latorre, Eduardo Barrios y Víctor Domingo Silva. La violencia es propia de los Tigres de la Malasia.
miércoles, 19 de julio de 2006
jueves, 13 de julio de 2006
LA ESTACIÓN CENTRAL DE SANTIAGO.
Esta foto fue tomada en 1972, en la semipenumbra que rodeaba a los trenes que se iban al Sur en busca de las lluvias.
Les presento a un magallánico en Concepción y un blog con buenas fotos de Punta Arenas. Espero, eso sí, que este último se actualice para colocarlo entre mis vínculos permanentes.
lunes, 10 de julio de 2006
HOY SÓLO UNA FOTO .
Coyhaique, 1972. Esta imagen pueblerina hoy en día ha sido reemplazada por una pujante ciudad.
¡¡¡ATENCIÓN A MIS MILES DE LECTORES DE TODO EL MUNDO!!!
Arreglé la configuración de comentarios, por lo que ya no es necesario ser blogger para postear.
domingo, 9 de julio de 2006
PUNTO DE VISTA .
(MIS MEMORIAS)
El primer señor era un músico callejero que solía instalarse en 1971 en las cercanías de la Universidad de Chile, tocando por monedas. Se puede observar que todos sus instrumentos eran fabricados por él mismo.
El otro señor es mi tatarabuelo, el juez Dr. José Joaquim da Silva Vieira.
A continuación la primera parte de mis memorias.
PUNTO DE VISTA
Las raíces
Mi intención, con estos apuntes, no es escribir un libro, que para ello hay mejores escritores e historiadores. A nadie más que a mí y a mis más cercanos podría interesar lo que yo pueda escarbar de mi memoria, ya de por sí bastante frágil. Siento que a mis cincuenta y nueve años, en que comienzo a vivir después del infarto sufrido el 27 de septiembre de 2003, es hora de pensar en lo que he vivido, por si se me da la gracia de continuar en este mundo hasta la ancianidad. Y lo digo porque si ahora tengo mala memoria, seguramente peor la tendré después, y si leo en ese entonces lo escrito, me entretendré cual si fuese todo nuevo, con el agregado siempre misterioso del deja vu, aderezo sin el cual estas líneas seguramente ni a mí me interesarían. No soy político, ni embajador, artista hasta donde he podido, ni siquiera he viajado mucho, no soy una eminencia médica, no me he codeado con los famosos de la farándula ni con los que rigen los destinos del mundo. Sin embargo, como en todo hombre o cada mujer, mi vida ha sido mi propio universo. Y tengo algunas cosas que contarme a mí mismo. Así sea.
Mi tatarabuelo fue el juez Dr. José Joaquim da Silva Vieira, condecorado por la reina Doña Maria II de Portugal con la comenda de Nossa Senhora de Vila Vicosa. Su hijo, mi bisabuelo Augusto Cândido Lopes Vieira tocaba el saxofón en la banda de Barcelos, pueblo recostado en la ribera del río Cavado, al norte de Portugal. Como yo, sólo veía por un ojo, y el ojo ciego seguramente era bastante feo, motivo por el cual procuraba salir en las fotos de semi perfil. Tuvo varios hijos, entre los cuales sé de la existencia de Maria da Gloria, Manuel y Artur, mi abuelo. También estaban Joaquim y Joaquina, que eran mellizos. Su esposa, mi bisabuela Paulina cuyo nombre no conozco, era de apellidos da Cunha Veloso, por lo que, siguiendo la costumbre portuguesa, Artur anteponía este primer apellido, siendo entonces Artur da Cunha Vieira. Cuenta la leyenda familiar que el padre de Augusto Cândido, el juez, muy joven se enamoró de una lavandera, y con ella se fugó y formó su hogar. No sé si por aquel entonces estos acontecimientos habrán movido a escarnio, lo que sí sé es que los hermanos da Cunha Vieira sufrían la pobreza familiar que los obligaba, muy jóvenes, a emigrar a América en busca de mejores oportunidades. Sólo se quedaban las mujeres, y María da Gloria terminó casándose con Joao Duarte, quien amasó, o ya tenía la masa heredada, de probablemente la mayor fortuna de Barcelos, gracias a la fábrica textil La Barcelense, que aún pertenece a la familia, mis primos lejanos Duarte Sousa Coutinho, sobre quienes hablaré en los últimos capítulos de estas notas. No sé del destino de Joaquina.
Así fue como se embarcó el tío Manuel, viviendo muchos años entre Paraguay, Argentina y Brasil, para luego terminar sus días en una casita de Barcelos, muy cerca de la fábrica de su cuñado. Existía en la casa de mis padres un libro suyo, Recordacoes de Argentina y Paraguay, que confieso nunca leí. Sospecho que sus “recordacoes” son sinceras y crudas, puesto que según me contaba mi primo Gaspar Duarte Sousa Coutinho, él y sus hermanos lo sacaban secretamente de la biblioteca familiar y lo leían en forma clandestina, porque su abuela María da Gloria se los había prohibido. Ella, católica y devota de la Virgen de Fátima, se avergonzaba de los escritos de su hermano, los cuales seguramente no eran más explítos que cualquier novela de Eca de Queiroz.
El tío Joaquim da Cunha Vieira se estableció finalmente en Argentina, casándose con Delfina Méndez, en Santa Fe, y durante algunos años sus descendientes y su viuda fueron parte de los personajes de mi vida cotidiana. Luz Vieira Méndez fue una conocida educadora en Argentina, escribió varios libros sobre la materia, y vivió varios años en Santiago mientras trabajaba para algún organismo internacional. Creo que era soltera. César Vieira Méndez, personaje curioso, después de varias visitas a Chile, se separó de su mujer y se casó con Raquel, quien trabajaba en la farmacia de mi tío Augusto, estableciéndose con una óptica en Casablanca.
Mi abuelo Artur decidió, de común acuerdo con sus padres, a los trece años de edad seguir los pasos de Manuel, y se embarcó hacia Brasil. Fue por el año 1893 en que se hizo hombre, siendo poco más que un niño. Trabajó en cuanto oficio le fue posible, iniciándose como ayudante administrativo en una cauchera, siguiendo luego como siringueiro en lo más profundo del Amazonas. Mi padre conserva libretas de apuntes, en que meticulosamente Artur anotaba su vida. Contaba mi abuelo que también trabajó en una tabacalera, en que parte del proceso de fabricar los cigarros puros consistía en secar las hojas al sol, y el tabaco de mejor calidad y más fuerte era aquel sobre el cual los operarios orinaban. Fue también mozo en un restaurante, cuyo cocinero se caracterizaba por su irritabilidad y mal genio, y si un cliente reclamaba por la carne muy dura, la arrojaba al piso y la ablandaba con sus tacos, para luego recalentarla sobre la sartén y enviarla de vuelta en el mismo plato. Poco a poco fue ahorrando y estudiando, para luego asentarse en Buenos Aires, donde perdió su apellido materno para ser sólo Arturo Vieira. Allí entró a trabajar en la Casa Gath y Chávez, y a principios del siglo XX ya estaba enamorado de Ana María, hija de mi bisabuelo italiano Giuseppe Volpi, calvo como una manzana, de donde me viene la herencia. Feliz y correspondido en su amor, sólo le era permitido visitarla los días jueves y domingo, convenientemente escoltado por alguna tía que las oficiaba de chaperona. No faltaría, en todo caso, la complicidad de alguna sirvienta para amarse en horarios extraordinarios. Entretanto, llegó a ser presidente de la Sociedad Portuguesa de Buenos Aires, amén de masón. De la familia de mi abuela Ana María no tengo más antecedentes, salvo que mi bisabuela era la robusta (cosa notoria por las fotografías) señora Gumercinda Casas. También que eran varias hermanas y un hermano varón, muy menor.
Artur y Ana María formaron la familia Vieira de Chile, estableciéndose en Santiago durante el primer decenio del siglo XX, enviado él a la casa Gath y Chávez, donde llegó a ser gerente general. Allí recuperó su apellido materno, pero esta vez después del paterno, pasando a llamarse Arturo Vieira da Cunha. Gath y Chávez, ubicada en la esquina de Huérfanos con Estado, era por los años 40 la nata de la elegancia santiaguina, donde la gente más refinaba compraba no sólo ropa, sino todo tipo de electrodomésticos y otros adminículos, y allí fue donde le compraron a Godfrey Stevens sus primeros guantes de boxeo. Contaba con un salón de té donde se juntaba “todo Santiago”. Lo que Artur hizo, lo hizo bien, siempre destacó por su honradez, caballerosidad, ilustración. Poeta, colaboraba con diarios de Portugal, tenía publicaciones también en Chile. Masón hasta el grado 33, lo máximo a que podía aspirar un extranjero. Socio fundador del Rotary Club en Chile, gerente de una cooperativa vitivinícola, trabando allí amistad con su hermano de masonería Pedro Aguirre Cerda, a quien convenció durante su presidencia de cambiar el nombre de la calle Maestranza por el de Portugal.
Salió por ahí en la revista Zig Zag un comentario sobre la “familia de las aves”, ya que todos tenían esas iniciales, a saber: Arturo Vieira, Ana María Volpi, y sus hijos Abel, Augusto, Alicia y Armando Vieira. En rigor, no eran aves sino aúves. El último aúve de los nombrados es mi padre. Los demás, por ende, mis tíos paternos.
sábado, 8 de julio de 2006
A continuación transcribo el capítulo II de mi nueva novela (en verdad, la primera, pero no por eso deja de ser nueva).
LOS AMANTES QUE HACÍAN LLOVER
II
Cuando el carabinero Norambuena, llegado hacía poco a Ladera Chica, se presentó ante el juez Valdivia, al mediodía del día siguiente, se encontraba verde como su uniforme. Con su talonario de citaciones, recitó el causal del parte, abundando en explicaciones.
- Estando el móvil en cuestión estacionado a menos de nueve metros de la línea de…
- Está bien, Norambuena, - interrumpió el juez, - me parece muy bien su celo funcionario, pero tenga en cuenta que, no habiendo mayor flujo vehicular en la intersección “en cuestión”, sería de buen criterio reservar su energía para infracciones más graves.
- El reglamento es muy claro, señor magistrado, en lo que se refiere a estacionamiento en…
- Norambuena , - susurró Valdivia, impaciente, - el “móvil” es mío.
- ¿Suyo?
- Mío.
Santiago Valdivia observó cómo la cara del carabinero Norambuena, marcada por las cicatrices del acné que sufriera en su no lejana pubertad (de hecho, aún parecía poco más que un niño), pasaba del verde pálido al rubicundo. En realidad le resultaba casi enternecedor ver a este jovencito, arropado en su uniforme de invierno, sudando al calor del mediodía, pestañeando y girando nerviosamente la gorra entre sus manos. Le recordó a su hijo Esteban, de aproximadamente la misma edad, unos veintidós años, becado en la Universidad de Frankfurt, y a quien no veía desde havía más de un año.
- Vaya tranquilo, Norambuena, - le dijo a su carabinero-hijo, guiñándole un ojo en gesto de complicidad - aquí no ha pasado nada. Le abrió la puerta del despacho, y mientras Norambuena se retiraba, tartamudeando disculpas por la torpeza cometida, vio a la mujer con el niño en la sala de espera.
En lugar de cerrar nuevamente la puerta, el juez Valdivia hizo, sin saberlo, sin siquiera sospecharlo, algo que torcería para siempre el anodino curso de su vida. En lugar de cerrar la puerta, echando como siempre una mirada indiferente a las personas que allí esperaban, cada una con sus mundos de miserias, disputas y conflictos, se quedó mirando como por primera vez, a la mujer con el niño. Desde el otro extremo de la sala, Chicuy, pasando de una oficina a otra con un legajo de papeles y su interminable Viceroy colgando de su boca, lo miró con el rabillo de sus ojos indígenas, sin entender qué hacía el juez, parado en la puerta, mirando fijamente a la mujer. Ocho o nueve personas que se encontraban en la sala esperando la atención del Juzgado de Menores, algunas hojeando un diario, otras conversando entre sí, fueron poco a poco acallando el rumor de sus voces y de sus movimientos, dirigiendo en forma alternada sus miradas del juez a la mujer objeto de su atención. Cuando ésta, que se encontraba ocupada amamantando al niño, tomó conciencia del silencio y levantó la cabeza, todos en la sala la observaban fijamente, con las ansias propias de quienes saben que algo grande está por suceder. Turbada, los recorrió con sus ojos café oscuros, casi negros, y vio también en la puerta a ese hombre viejo y cano, de bigote espeso, que se rascaba la ceja izquierda sin dejar de mirarla.
- Pase, - musitó Santiago Valdivia, sin saber por qué, porque lo dominó una fuerza extraña, impulsándole irresistiblemente a actuar como lo hizo.
- ¿Yo?
- Sí.
- Estoy esperando a..
- Si sé, no importa.
Sorprendida, Juliana Córdova Lazcano tomó al niño, se levantó y entró en la oficina. El silencio de la sala de espera se mantuvo suspendido en el calor del mediodía, sólo interrumpido por el traquetear de la Underwood tras las puertas del Juzgado de Menores. Cuando el mayordomo abrió la puerta de la oficina donde había entrado, arrastrando nuevamente sus bototos por el empolvado parqué, recién se reanudaron las conversaciones, primero en sordina, luego aumentando poco a poco, sumándose las voces, creciendo en intensidad, como un remolino ascendente, invadiéndoles a todos menos a Chicuy, que no entendía nada, una euforia embriagadora, porque sabían que habían sido testigos del inicio de los acontecimientos más memorables que nunca pudiesen haber existido en la historia provinciana de Ladera Chica. Los gritos de la actuaria, en la puerta del Juzgado de Menores, exigiendo silencio, fueron incapaces de acallar la alegría, y la jueza decidió suspender las audiencias hasta el día siguiente.
Incómodo, sin saber por qué diablos había hecho lo que había hecho, de pie frente a la mujer con el niño en brazos, se sintió extremadamente ridículo. Ella le devolvió la mirada, como interrogándolo, en espera de la explicación que el juez no tenía. Los segundos, en tales circunstancias, se hacen eternos.
- Pensé que aquí estarías más cómoda para darle pecho al niño, - discurrió, por fin, tuteándola como corresponde a una persona mayor, y más encima investida de autoridad. No te preocupes, yo estaré ocupado con estos expedientes, y no voy a mirar. “Sí, eso tiene que ser”, pensó. “La verdad es que me dio lástima, verla sentada día tras día esperando su turno o lo que sea, y la verdad, toda la verdad y nada más que la verdad, es que me gustaría mirar, pero no lo voy a hacer”.
- Gracias, señor, - contestó ella, aún más sorprendida, - muy amable de su parte, pero ya terminé de amamantarlo.
El niño eructó sonoramente, refrendando a su madre.
- ¡Por Dios, bebé! ¡Qué modales! - Ella rió, mostrando su blanca dentadura, destacando en la piel morena y tersa de su cara. - Además, estoy esperando que me llamen.
viernes, 7 de julio de 2006
LA PIRÁMIDE.
Fotografía tomada el año 1970 en ese sector de Santiago, antes de las superautopistas y túneles, cuando era posible pasear, tomar aire fresco y disfrutar del paisaje sin ser asaltado. Me gusta la foto por los contrastes, una mañana con algo de neblina.
martes, 4 de julio de 2006
¿ILUSIÓN O MILAGRO?
La reja es la puerta clausurada del antiguo frigorífico de Río Seco, que debiera ser declarado Monumento Nacional..."Frigorífico de Río Seco (The South American Export Syndicate Limited) desde el 3 de febrero hasta el 18 de abril (1930) había beneficiado 121.130 corderos, 88.875 capones y ovejas vírgenes, 12.364 ovejas viejas, 1.597 carneros y 97 toneladas de menudencias" (Crónica de Silvestre Fugellie, La Prensa Austral 19.07.06).
La otra imagen es una ilusión óptica... ¿no es lo mismo, ilusión o milagro?
domingo, 2 de julio de 2006
sábado, 1 de julio de 2006
SIGO EXPERIMENTANDO.
En ésto, como en todo, tengo mucho por aprender. Entraré una pocas fotos más, y luego pasaré a otros temas. La primera fotografía fue tomada en la caleta de pescadores de Barranco Amarillo, cercana a Punta Arenas.
Y les presento a mi novia, Mariela, con su gata Michelle, bautizada así en honor a nuestra Presidenta de la República. Ésta fue tomada el año pasado en nuestra casa.
La otra es de este año, y estamos en el maravilloso Glaciar Perito Moreno, cercano a la ciudad Calafate, en la Patagonia argentina. Viajamos con ocasión de las IX Jornadas Argentino - Chilenas de Pediatría de la Patagonia.
Y les sigo mostrando fotos artísticas:
Ésta es una de mis favoritas. Captada en El Cuzco en febrero de 1971, durante un viaje inolvidable. Obtuvo el tercer lugar en el Primer Festival de la Fotografía Chilena, categoría estudiantes, organizado por el Foto Cine Club de Chile.