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EL LIBRO DE MATEO.
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Mateo Martinic, Premio Nacional de Historia, Premio Bicentenario, Ciudadano Ilustre de Magallanes, me hizo el honor de pedirme que presente su libro La Medicina en Magallanes.
La ceremonia se efectuó el 4 de junio en el Auditorio Ernesto Livacic de la Universidad de Magallanes.
Comenzó, como corresponde, con una buena presentación musical.
Comenzó, como corresponde, con una buena presentación musical.
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Vieira dixit:
En primer lugar, quisiera decir que Mateo Martinic es sorprendente. Siempre lo ha sido, por lo demás.
He sabido de su existencia desde mediados del siglo pasado, cuando yo era un joven santiaguino que leía con avidez cuanto llegaba a mis manos, incluyendo los diarios, y sabía perfectamente quién era el también joven Intendente de la Provincia de Magallanes.
Y desde santiaguino hasta llegar a ser magallánico, me fui enterando de sus acciones, como la creación del Instituto de la Patagonia, de sus escritos que suman, entre libros y diversas publicaciones, unos quinientos. Del Museo del Recuerdo, de los Anales del Instituto de la Patagonia, de la revista Magallania, de su labor académica, de su merecida obtención del Premio Nacional de Historia, del Premio Bicentenario, de su nombramiento como Ciudadano Ilustre de Magallanes. Esta es, a muy grandes rasgos, la obra del autor del libro que nos convoca.
Y en los meses recientes, me ha sorprendido Mateo Martinic por tres cosas:
Para referirles la primera de ellas, es necesario remontarme hasta hace unos diez años, cuando mi amigo Nelson Vargas me pidió ayuda para el capítulo referente a Magallanes que incluiría en su hermoso libro Historia de la pediatría chilena: Crónica de una alegría, publicado por Editorial Universitaria en 2002. Ante tal apremio, y sin tener mayor idea del tema, no encontré nada mejor que adentrarme en la obra magna de Mateo, Historia de la Región Magallánica. Y bien que me sacó del apuro, ya que desvergonzadamente procedí a plagiar, o piratear, párrafos completos. Y con otras cosas que encontré por aquí y por allá, como dirían los jóvenes, “pasó piola”. Lo extraordinario para mí, fue que de una tarea encomendada y cumplida por obligación o compromiso, surgió la chispa de una pasión. Quedé tan entusiasmado con el tema, que fui recogiendo datos de diversas fuentes, y hasta de conferencista me las di en algunas jornadas pediátricas. Y así fui armando unos apuntes, y pensé, ¿por qué no proponerle a Mateo Martinic escribir un libro, que bien podría ser sobre la medicina en Magallanes?
Cuando hace unos meses me llamó Mateo para conversar conmigo, pensé “éste es el momento”, y acudí con mis escritos y otros documentos bajo el brazo.
Y aquí viene la primera sorpresa: como quien dice a boca de jarro, me lanzó: “estoy escribiendo un libro, que casi está terminado, sobre la historia de la medicina en Magallanes”. Claro, Mario Mayanz hacía más de un año que me había ganado el quien vive. Demás está decir que estuve a punto de retirarme con la cola entra las patas. De todas formas le dejé mis modestos apuntes, los hojeó en mis presencia, y fue condescendiente. Es más, reconoció en ellos el plagio, y como es un caballero, no me retó. Más aun, tuvo la gentileza de citarlos entre sus fuentes.
Y en el mismo acto, la segunda sorpresa: Mateo Martinic me pidió que estuviera hoy aquí presentando su libro. Consciente de que carecía del menor mérito para ello, ignorante de la historia, sin que entendiera la razón de semejante honor, caradura como soy, acepté de inmediato. El desafío era demasiado hermoso, y espero no defraudarlo. Ni al autor, ni a ustedes.
La tercera, y más extraordinaria de las sorpresas que me reservaba Mateo, es este libro que he tenido la suerte de leer antes que algunos de ustedes.
Porque en él todo sorprende. De partida déjenme decirles que se aleja mucho del clásico y árido texto de historia, estereotipo que muchas veces nos viene desde el colegio, especialmente cuando no éramos muy buenos para el ramo. Muy por el contrario, es entretenidísimo, se lee muy fácil, casi, diría yo, como una novela. Y de las buenas.
Para los que los que hemos leído antes alguna de sus obras, lo que no sorprende para nada es la elegancia y galanura del estilo, que bien podría agregar a sus galardones algún premio de literatura para Mateo Martinic. El placer de la lectura se encuentra a cabalidad entre sus páginas, lo que en buenas cuentas, es la esencia de un buen libro.
Econtramos aquí las enfermedades y las costumbres sanatorias de los pueblos aborígenes, los chamanes y sus ritos, las propiedades curativas del canelo y el apio silvestre, las piedras bezares de los guanacos, la alimentación de los indígenas y su impacto sobre la salud.
Viajamos en las carabelas y bergantines de los descubridores y exploradores europeos desde el siglo XVI al XIX, somos testigos de la espantosa mortandad de los tripulantes por el escorbuto, ignorantes de su prevención, hasta que a su vez descubrieron el canelo. De cómo el choque de las culturas dejó tanta desolación y muerte entre los indígenas, por la tuberculosis, el sarampión y el coqueluche, desconocidos en las tierras patagónicas durante diez mil o más años.
Vivimos la colonización chilena, desde el Fuerte Bulnes a Punta Arenosa, sin médicos ni matronas, arreglándonos con comadronas, yerbateros y barberos, a veces sólo con practicantes, cuyo ejercicio profesional era a veces bastante aceptable, hasta la providencial llegada de Thomas Fenton, seguida más adelante por no menos destacados galenos, como Lautaro Navarro y Mateo Bencur. Impresiona cómo pudo hacerse tanto con tan pocos medios materiales y tecnológicos, cómo asolaba a los niños el raquitismo, sin conocerse su prevención, cosa que ahora nos parece tan sencilla. “¡Cuántas veces”, dice Mateo, “debió aliviarse el dolor con sólo la inagotable bondad y paciencia del cirujano!”
Nos encontramos con la historia de los hospitales, desde los barracones del comienzo hasta los modernos hospitales Regional en construcción y Naval actual, pasando por el que fue destruido e incendiado en el “motín de los artilleros”, en que murieron calcinados todos los enfermos, el Hospital de la Caridad, luego de Beneficencia y más tarde Hospital de Asistencia Social.
El adelanto en salubridad, desde fines del siglo XIX hasta mediados del XX, también está aquí. Impacta la pésima situación socioeconómica que durante mucho tiempo afectaba a gran parte de la población de Magallanes, pese a lo cual mejoraban las condiciones sanitarias. En cosa de diez años, entre las décadas de 1930 y de 1940, pasamos de los peores indicadores de salud del país, a los mejores. Esfuerzo mancomunado de las instituciones públicas y voluntarias, pero sobre todo de las personas, que culmina en esa obra magna del estado chileno que fue la creación del Servicio Nacional de Salud.
De ahí en adelante Mateo Martinic nos trae hasta el presente, en un viaje tanto más interesante por los recuerdos de los lectores que hemos sido actores de esta historia. También es valiente, Mateo. No es fácil entrar en la actualidad sin omisiones, que las hay, por cierto. Los médicos somos algo quisquillosos, y ciertamente hay disconformes, pero debemos entender que no todo está en este libro.
No se conforma Mateo Martinic con llevarnos por los senderos de la medicina y las circunstancias de su historia, sino también nos sitúa en las diferentes épocas, con ilustradas referencias a la antropología, al acontecer nacional y mundial, desde los descubrimientos geográficos, las grandes y esforzadas exploraciones, hasta los descubrimientos y adelantos médicos del mundo.
Ésta ha sido una somerísima referencia a este libro sorprendente.
En lo personal, y creo interpretar a mis colegas médicos y a todos los hombres y mujeres que, desde sus quehaceres como profesionales no médicos, técnicos y empleados de tipo que se desempeñan en este oficio de curar, cuando digo que Mateo nos deja dos lecciones de modestia y también un gran orgullo.
Modestia, en primer lugar por los méritos del autor, quien subtitula su Medicina en Magallanes como “Noticias y consideraciones para su historia”, dejando el desafío para que “otros en el futuro con más y mejores conocimientos puedan intentar escribir la historia de la medicina austral con mayor propiedad”. Me perdonará Mateo por rebatirle, pero después de leer esta obra, no cabe duda que, si llega el momento, nadie mejor que él para recoger su propio guante.
La segunda lección de modestia se nos da a través de los personajes históricos, especialmente hasta mediados del siglo pasado, cuando hacían tanto con tan poco. Porque solían pedir recursos al gobierno central, a sabiendas de que les llegaría poco y nada, y sin embargo salían adelante con su propio esfuerzo. Y nosotros, tan arrogantes a veces, creemos que todo tiene que estar a mano, antes de pedirlo.
Nos deja también un gran orgullo y tal vez autocomplacencia, que también lo merecemos. Los adelantos médicos con que atendemos a nuestra población magallánica, las técnicas, las subespecialidades, los procedimientos a veces pioneros en el país, que por estar concentrados como árboles en nuestro propio mundillo de especialistas, no alcanzamos a percibir. Mateo Martinic nos aleja del bosque para que podamos verlo, y así percatarnos de qué bien hemos hecho algunas cosas, para beneficio de nuestros pacientes, quienes deberían estar tranquilos, a sabiendas de que en Magallanes hacemos una medicina tan buena, y a veces mejor, que en el resto del país.
Según el diccionario, una de las acepciones de “epopeya” es “conjunto de hechos gloriosos dignos de ser cantados épicamente”. Así como mi amigo Nelson Vargas subtituló su libro de historia de la pediatría como Crónica de una alegría, la obra de Mateo debió llamarse La Medicina en Magallanes: Crónica de una epopeya.
Muchas gracias, Mateo.
En primer lugar, quisiera decir que Mateo Martinic es sorprendente. Siempre lo ha sido, por lo demás.
He sabido de su existencia desde mediados del siglo pasado, cuando yo era un joven santiaguino que leía con avidez cuanto llegaba a mis manos, incluyendo los diarios, y sabía perfectamente quién era el también joven Intendente de la Provincia de Magallanes.
Y desde santiaguino hasta llegar a ser magallánico, me fui enterando de sus acciones, como la creación del Instituto de la Patagonia, de sus escritos que suman, entre libros y diversas publicaciones, unos quinientos. Del Museo del Recuerdo, de los Anales del Instituto de la Patagonia, de la revista Magallania, de su labor académica, de su merecida obtención del Premio Nacional de Historia, del Premio Bicentenario, de su nombramiento como Ciudadano Ilustre de Magallanes. Esta es, a muy grandes rasgos, la obra del autor del libro que nos convoca.
Y en los meses recientes, me ha sorprendido Mateo Martinic por tres cosas:
Para referirles la primera de ellas, es necesario remontarme hasta hace unos diez años, cuando mi amigo Nelson Vargas me pidió ayuda para el capítulo referente a Magallanes que incluiría en su hermoso libro Historia de la pediatría chilena: Crónica de una alegría, publicado por Editorial Universitaria en 2002. Ante tal apremio, y sin tener mayor idea del tema, no encontré nada mejor que adentrarme en la obra magna de Mateo, Historia de la Región Magallánica. Y bien que me sacó del apuro, ya que desvergonzadamente procedí a plagiar, o piratear, párrafos completos. Y con otras cosas que encontré por aquí y por allá, como dirían los jóvenes, “pasó piola”. Lo extraordinario para mí, fue que de una tarea encomendada y cumplida por obligación o compromiso, surgió la chispa de una pasión. Quedé tan entusiasmado con el tema, que fui recogiendo datos de diversas fuentes, y hasta de conferencista me las di en algunas jornadas pediátricas. Y así fui armando unos apuntes, y pensé, ¿por qué no proponerle a Mateo Martinic escribir un libro, que bien podría ser sobre la medicina en Magallanes?
Cuando hace unos meses me llamó Mateo para conversar conmigo, pensé “éste es el momento”, y acudí con mis escritos y otros documentos bajo el brazo.
Y aquí viene la primera sorpresa: como quien dice a boca de jarro, me lanzó: “estoy escribiendo un libro, que casi está terminado, sobre la historia de la medicina en Magallanes”. Claro, Mario Mayanz hacía más de un año que me había ganado el quien vive. Demás está decir que estuve a punto de retirarme con la cola entra las patas. De todas formas le dejé mis modestos apuntes, los hojeó en mis presencia, y fue condescendiente. Es más, reconoció en ellos el plagio, y como es un caballero, no me retó. Más aun, tuvo la gentileza de citarlos entre sus fuentes.
Y en el mismo acto, la segunda sorpresa: Mateo Martinic me pidió que estuviera hoy aquí presentando su libro. Consciente de que carecía del menor mérito para ello, ignorante de la historia, sin que entendiera la razón de semejante honor, caradura como soy, acepté de inmediato. El desafío era demasiado hermoso, y espero no defraudarlo. Ni al autor, ni a ustedes.
La tercera, y más extraordinaria de las sorpresas que me reservaba Mateo, es este libro que he tenido la suerte de leer antes que algunos de ustedes.
Porque en él todo sorprende. De partida déjenme decirles que se aleja mucho del clásico y árido texto de historia, estereotipo que muchas veces nos viene desde el colegio, especialmente cuando no éramos muy buenos para el ramo. Muy por el contrario, es entretenidísimo, se lee muy fácil, casi, diría yo, como una novela. Y de las buenas.
Para los que los que hemos leído antes alguna de sus obras, lo que no sorprende para nada es la elegancia y galanura del estilo, que bien podría agregar a sus galardones algún premio de literatura para Mateo Martinic. El placer de la lectura se encuentra a cabalidad entre sus páginas, lo que en buenas cuentas, es la esencia de un buen libro.
Econtramos aquí las enfermedades y las costumbres sanatorias de los pueblos aborígenes, los chamanes y sus ritos, las propiedades curativas del canelo y el apio silvestre, las piedras bezares de los guanacos, la alimentación de los indígenas y su impacto sobre la salud.
Viajamos en las carabelas y bergantines de los descubridores y exploradores europeos desde el siglo XVI al XIX, somos testigos de la espantosa mortandad de los tripulantes por el escorbuto, ignorantes de su prevención, hasta que a su vez descubrieron el canelo. De cómo el choque de las culturas dejó tanta desolación y muerte entre los indígenas, por la tuberculosis, el sarampión y el coqueluche, desconocidos en las tierras patagónicas durante diez mil o más años.
Vivimos la colonización chilena, desde el Fuerte Bulnes a Punta Arenosa, sin médicos ni matronas, arreglándonos con comadronas, yerbateros y barberos, a veces sólo con practicantes, cuyo ejercicio profesional era a veces bastante aceptable, hasta la providencial llegada de Thomas Fenton, seguida más adelante por no menos destacados galenos, como Lautaro Navarro y Mateo Bencur. Impresiona cómo pudo hacerse tanto con tan pocos medios materiales y tecnológicos, cómo asolaba a los niños el raquitismo, sin conocerse su prevención, cosa que ahora nos parece tan sencilla. “¡Cuántas veces”, dice Mateo, “debió aliviarse el dolor con sólo la inagotable bondad y paciencia del cirujano!”
Nos encontramos con la historia de los hospitales, desde los barracones del comienzo hasta los modernos hospitales Regional en construcción y Naval actual, pasando por el que fue destruido e incendiado en el “motín de los artilleros”, en que murieron calcinados todos los enfermos, el Hospital de la Caridad, luego de Beneficencia y más tarde Hospital de Asistencia Social.
El adelanto en salubridad, desde fines del siglo XIX hasta mediados del XX, también está aquí. Impacta la pésima situación socioeconómica que durante mucho tiempo afectaba a gran parte de la población de Magallanes, pese a lo cual mejoraban las condiciones sanitarias. En cosa de diez años, entre las décadas de 1930 y de 1940, pasamos de los peores indicadores de salud del país, a los mejores. Esfuerzo mancomunado de las instituciones públicas y voluntarias, pero sobre todo de las personas, que culmina en esa obra magna del estado chileno que fue la creación del Servicio Nacional de Salud.
De ahí en adelante Mateo Martinic nos trae hasta el presente, en un viaje tanto más interesante por los recuerdos de los lectores que hemos sido actores de esta historia. También es valiente, Mateo. No es fácil entrar en la actualidad sin omisiones, que las hay, por cierto. Los médicos somos algo quisquillosos, y ciertamente hay disconformes, pero debemos entender que no todo está en este libro.
No se conforma Mateo Martinic con llevarnos por los senderos de la medicina y las circunstancias de su historia, sino también nos sitúa en las diferentes épocas, con ilustradas referencias a la antropología, al acontecer nacional y mundial, desde los descubrimientos geográficos, las grandes y esforzadas exploraciones, hasta los descubrimientos y adelantos médicos del mundo.
Ésta ha sido una somerísima referencia a este libro sorprendente.
En lo personal, y creo interpretar a mis colegas médicos y a todos los hombres y mujeres que, desde sus quehaceres como profesionales no médicos, técnicos y empleados de tipo que se desempeñan en este oficio de curar, cuando digo que Mateo nos deja dos lecciones de modestia y también un gran orgullo.
Modestia, en primer lugar por los méritos del autor, quien subtitula su Medicina en Magallanes como “Noticias y consideraciones para su historia”, dejando el desafío para que “otros en el futuro con más y mejores conocimientos puedan intentar escribir la historia de la medicina austral con mayor propiedad”. Me perdonará Mateo por rebatirle, pero después de leer esta obra, no cabe duda que, si llega el momento, nadie mejor que él para recoger su propio guante.
La segunda lección de modestia se nos da a través de los personajes históricos, especialmente hasta mediados del siglo pasado, cuando hacían tanto con tan poco. Porque solían pedir recursos al gobierno central, a sabiendas de que les llegaría poco y nada, y sin embargo salían adelante con su propio esfuerzo. Y nosotros, tan arrogantes a veces, creemos que todo tiene que estar a mano, antes de pedirlo.
Nos deja también un gran orgullo y tal vez autocomplacencia, que también lo merecemos. Los adelantos médicos con que atendemos a nuestra población magallánica, las técnicas, las subespecialidades, los procedimientos a veces pioneros en el país, que por estar concentrados como árboles en nuestro propio mundillo de especialistas, no alcanzamos a percibir. Mateo Martinic nos aleja del bosque para que podamos verlo, y así percatarnos de qué bien hemos hecho algunas cosas, para beneficio de nuestros pacientes, quienes deberían estar tranquilos, a sabiendas de que en Magallanes hacemos una medicina tan buena, y a veces mejor, que en el resto del país.
Según el diccionario, una de las acepciones de “epopeya” es “conjunto de hechos gloriosos dignos de ser cantados épicamente”. Así como mi amigo Nelson Vargas subtituló su libro de historia de la pediatría como Crónica de una alegría, la obra de Mateo debió llamarse La Medicina en Magallanes: Crónica de una epopeya.
Muchas gracias, Mateo.
Atentos, el autor Mateo Martinic, el cónsul de Gran Bretaña John Rees, el Comandante de la V División de Ejército Juan Echaurren, el Intendente de Magallanes Mario Maturana y el Director del Hospital Naval Víctor Soto.
Todos de peso, especialmente el señor Intendente.
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Una verdadera clase magistral.
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En ésta Gonzalo Sáez, Presidente del Colegio Médico Regional Punta Arenas; el suscrito; Mateo Martinic; Mario Mayanz, impulsor de la obra; Eduardo Serradilla, Gerente de Clínica Magallanes; John Rees, Cónsul de Gran Bretaña.
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Agradecimientos a Claudia Espinoza, periodista de Clínica Magallanes, quien me facilitó las fotos.
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4 comentarios:
¡Chapeau!
La vida es esto. Prestémosle atención a los
detalles. Al calorcito humeante del pis, a sacar la basura, a viajar apretados
en colectivo. Si no disfrutamos eso, ¿qué nos queda?
Muy interesante todo lo que cuentas.
¿Es fácil encontrar ese libro?
Me tinca mucho leerlo.
Cariños.
Gracias, MNB.
El libro será presentado próximamanete en Santiago, probablemente a principios de noviembre.
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